En 1972, la obra de
la joven Gioconda Belli cobraba notoriedad al obtener el Premio Mariano Fiallos
Gil, otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Para entonces,
la poeta y narradora ya se había integrado a las filas del Frente Sandinista de
Liberación Nacional (FSLN) y a la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza,
razón por la cual se encontraba en el exilio en México cuando, en 1978, fue
reconocida con el Premio Casa de las Américas de La Habana. Tras el triunfo de
la Revolución Nicaragüense, en 1979, la autora ocupó diversos cargos en el
gobierno. Muchos años después pasó a la oposición frente al régimen que
encabeza el matrimonio de Daniel Ortega y Rosario Murillo. “Me persigue el gobierno que tenemos, la
pareja presidencial de Daniel Ortega y su mujer. Ellos son dueños de todos los
poderes de Nicaragua. Tienen un poder absoluto, infinito, que no tiene límites,
y ese poder está ahora contra mí”, dijo el 14 de febrero de 2017 el entonces
anciano poeta Ernesto Cardenal, quien también había sido un estrecho
colaborador del FSLN contra Somoza. En 2020, Gioconda Belli fue galardonada en
España con el Premio Jaime Gil de Biedma, y al año siguiente ya no regresaría a
Nicaragua. “Nunca imaginé que iba a tener que vivir de nuevo en el exilio”,
señaló a la agencia EFE el recién pasado 10 de febrero, solo seis días antes de
ser condenada, en ausencia, por el delito de traición a la patria, quitándosele
la nacionalidad a ella, al escritor Sergio Ramírez -ganador de los premios
Cervantes y Casa de las Américas- y a otras 92 personas.
Quienes me conocen
saben que soy abiertamente antiimperialista y que estoy consciente de los
permanentes intentos de Estados Unidos por desestabilizar a los países que le
son adversos, pero no confundo el compromiso antiimperialista con una
irresponsable subvención a la estupidez. ¿Realmente alguien piensa que Ernesto
Cardenal, Sergio Ramírez y Gioconda Belli han sido los grandes desestabilizadores
de Nicaragua? Quienes me conocen saben que ni siquiera tengo una gran opinión
sobre la literatura de estos tres autores, y que tampoco comparto sus ideas, pero,
persiguiéndolos, lejos de frenar la arremetida yanqui en el continente, se hace
un favor al discurso de la Casa Blanca y sus pretensiones hegemónicas.
La Premio Nobel de
Literatura Gabriela Mistral llamó a respaldar la Revolución de Sandino, y no a
condenar a los artistas o a quienes tuviesen una opinión divergente. El Premio
Nobel de Literatura Pablo Neruda fue perseguido primero por la tiranía de
Gabriel González Videla y luego por la dictadura de Augusto Pinochet. Mistral y
Neruda trabajaron una y otra vez en solidaridad con los perseguidos. Ambos
admiraron al cubano José Martí y al nicaragüense Rubén Darío, quienes en 1863
se reunieron en Nueva York para poner puño y letra a un sueño latinoamericano y
antiimperialista, a una revolución que, para ser tal, hizo el ejercicio de
pensarse a sí misma, lo que significa poner en marcha el debate y no darse el
tétrico lujo de legitimar el matonaje contra las ideas distintas. La censura no
es revolucionaria. La censura es injusta, porque patrocina la ignorancia y
aboga por la imbecilidad.