En esta vida trazada por contradicciones, mi 2022 partió en un país que no es el mío y con un libro que no pensaba leer entre las manos: El infinito en un junco, de la española Irene Vallejo. No solo no pensaba leerlo porque desconfío de los superventas, sino porque tenía el plan de leer más clásicos para ponerme al día. Qué bueno es contradecirse, qué bueno es cambiar de opinión, qué bueno puede llegar a ser decir “a” pero hacer “b”. Es lo que me pasó mientras el texto me llevaba por un viaje alucinante, recorriendo la historia del libro en el mundo antiguo y rescatando la memoria de tantos hombres y mujeres anónimos que pusieron a salvo la creación y el saber para que nosotros podamos ser, sentir y entender el mundo como lo hacemos ahora.
La palabra “ensayo” puede poner un manto de reticencia entre un texto y su lector: inmediatamente remite a un mundo un poco árido, complejo, académico, especializado y no precisamente entretenido. Todo lo contrario ocurre con El infinito en un junco, pues Irene Vallejo luce un manejo de la pluma, del estilo y del lenguaje colmado de elegancia, cadencia y decorado con un exquisito sentido del humor. Vestida así, nos adentra en el sueño de Alejandría para mostrarnos cómo fue posible pasar desde las tablillas, los papiros y el pergamino a los códices que devinieron en nuestros amados libros de hoy, poniendo en perspectiva la importancia de la materialidad para eternizar esa fragilidad que constituye la palabra hablada. A través de saltos temporales, anécdotas históricas y revelaciones personales, en su relato aparecen nombres como Heródoto, Aristóteles, Safo, Cleopatra, H. P. Lovecraft, Umberto Eco… Cada autor, cada personaje, cada historia de la que se va valiendo para constituir su relato nos regala contexto, nos explica un momento fugaz de una historia que es de todos y siembra la inquietud por conocer más.
En resumen, la primera lectura de 2022 vino a darme nuevas razones para amar los libros y a encender mi entusiasmo por volver a los clásicos, ahora que conozco un poco más de la vertiginosa historia que tantos y tantas han ido tejiendo en un complejo entramado capaz de atravesar el tiempo y el espacio y moldear lo que hoy somos. Son las palabras las que han permitido que, en distintas épocas, forjemos un carácter y una historia, las que han sentado las bases de nuestra civilización y resistido a la barbarie, las que nos han refugiado y sostenido en las horas más oscuras, porque sin la escritura, todo lo que somos se desmigajaría como castillos de distintas arenas y, probablemente, ni siquiera podríamos apreciar acciones que nos parecen tan sencillas y cotidianas como estar de pie, sentir el sol sobre la piel o el milagro de ojear y hojear nuestros libros favoritos.