La tripleta de Cortázar al comienzo de Rayuela



Escribiré en primera persona. Escribiré desde el encanto de una lectora penetrada hasta los huesos por el libro de turno, uno que no es cualquier libro, sino una novela manoseada hasta decir basta por la crítica, la academia y los aspirantes a intelectuales que hoy se mezclan con los hipsters. Hablo de Rayuela, la famosa Rayuela de Cortázar.

Pero  no quiero centrarme en cómo Oliveira se devanaba los sesos en su constante monólogo metafísico, donde logos y caos y tiempo y ser y hacer no daban tregua; ni en cómo la Maga nos enamora a todos con su aire despistado y ausencia permanente. No. Quiero destacar tres momentos que me mostraron tres palabras que literalmente, me quitan el sueño: insomnio, sexo y beso.

Esta forma de escribir, esta forma de escarbar en determinados momentos para descomponerlos, rearmarlos a través de la escritura y finalmente plasmarlos en imágenes perfectamente reconocibles más allá de mi propia experiencia, conectada mediante una suerte de cordón umbilical que me alimenta de tiempo y de universo, me hace vibrar y me hace recordar por qué me gusta y me inquieta tanto este oficio.

A continuación, los fragmentos (que esta noche quedaron pintados de verde y que –no podía ser de otra forma- ya había marcado la primera vez que leí este libro, hace más de 10 años). 



Capítulo 3
(Insomnio)
“El tercer cigarrillo del insomnio se quemaba en la boca de Horacio Oliveira sentado en la cama; una o dos veces había pasado levemente la mano por el pelo de la Maga dormida contra él. Era la madrugada del lunes, habían dejado irse la tarde y la noche del domingo, leyendo, escuchando discos, levantándose alternativamente para calentar café o cebar mate. Al final de un cuarteto de Haydn la Maga se había dormido y Oliveira, sin ganas de seguir escuchando, desenchufó el tocadiscos desde la cama; el disco siguió girando unas pocas vueltas, ya sin que ningún sonido brotara del parlante. No sabía por qué pero esa inercia estúpida lo había hecho pensar en los movimientos aparentemente inútiles de algunos insectos, de algunos niños. No podía dormir, fumaba mirando la ventana abierta, la bohardilla donde a veces un violinista con joroba estudiaba hasta muy tarde. No hacía calor, pero el cuerpo de la Maga le calentaba la pierna y el flanco derecho; se apartó poco a poco, pensó que la noche iba a ser larga”.


Capítulo 5
(Sexo)
“Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, descentrado como un matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la dobló y la usó como un adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y la sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel”.


Capítulo 7
(Beso)
“Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.