Soneto



Cuando cruza mi puerta la alegría
y su rostro se me hace tan ajeno
pareciera que pronto un aguacero
barrerá las migajas de la vida.


Sospecho siempre de todo lo bueno,
la paz no es sino furia contenida
pronta a estallar, en golpes y en heridas
devolviendo a la vida su desvelo.


Pero mientras perdure el espejismo
de la felicidad, dará lo mismo:
contemplaremos los atardeceres.


Y cuando vuelva a ponerse la noche
amarga y triste, seca de reproches
siempre vendrán nuevos amaneceres.