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Cuando el siglo se cerró en sus ojos
Ella sintió que sólo moría por segunda vez.
De la primera mujer que había sido
Sólo tenía recuerdos:
Las noches encendidas junto a su amante,
Que el tiempo fue disolviendo
Hasta que lo arrebató la muerte
Como una ola de mar solitaria y furiosa
Que destruye y arrastra.
Seis veces parió,
Seis veces sus caderas abiertas a la vida
Alumbraron el puerto de Valparaíso,
Testigo mudo
De una maternidad arrasadora:
Hijo tras hijo erosionaron su cuerpo,
Extirparon su belleza
Y una viudez temprana
Extinguió el fuego, silenció el jadeo,
Disipó el placer
Y marchitó a la hembra soñadora.
Cuando la vida instala las trampas del destino
Y los días se vuelven pesados y grises
La fe no es más que una palabra muerta
Una utopía con sabor a inocencia.
No tuvo tiempo de dudar,
Trabajó hasta agotar su mejor energía
Para batir el hambre, el frío y el dolor.
Lavó ajeno, amasó, cosió, tejió, planchó
Y agachó la cabeza frente a la realidad
Que la aplastaba como una avalancha.
Parecía que ni Dios sabía ver las virtudes
Que tuvo que aprender a golpes y caídas,
Se veía a sí misma vistiendo los harapos de la abnegación
Ella, de juventud promisoria y radiante,
Sus ojos vivaces
Sus labios insaciables,
Su cintura estrecha
Sus pechos altivos
Se habían difuminado década tras década
Anulando se esencia sin la menor piedad,
Se mutiló a sí misma,
Inútil mártir
Hasta encontrar la libertad auténtica
Dormida junto a ella en el sepulcro.