De paseo por el cerro



Domingo, 8.30 am. Desperté con sueño, con frío y todavía enojada por la amiga corrida que me dejó pagando para el cine. Mala onda mode on. Y evalué la posibilidad de no salir a ninguna parte. Después de todo, ¿qué sacaba con ir a caminar por el cerro y sacrificar un día de pijama en mi casita? Pero fui valiente, pesqué mi buzo roñoso y salí a cumplir mi compromiso deportivo dominical.

He subido varias veces al cerro. Inolvidable, por ejemplo, cuando con Lina Bilbao nos devolvimos mal y salimos por Pedro de Valdivia, teniendo que volver en taxi al taller. O con Ale Vergara que se puso a trotar, full motivada, mientras Claudia Colores llegó con sus mejores botas no sports. O años atrás, en la adolescencia misma, pasando la tarde con un enamorado  y varios libros en el encantador Jardín Japonés. 

Esta fue mi primera vez por los senderos de excursionistas. De pronto, la flojera se disipaba y mis sentidos, súper atentos, se complementaron perfecto con mi cuerpo sedentario en pos de un objetivo: alcanzar la cima sin caer en el intento. Entre medio, emociones varias: miedo a comprarse el cerro, odio por los ciclistas furiosos que no entienden la frase “sendero peatonal”, admiración de mí misma por no ir tan destruida, recogimiento ante la santidad y pureza de la Marce Rojas y su profunda devoción frente a la Santa Virgen… y miedo extremo en el sendero de bajada, pisando por caminos estrechos, de tierra suelta; entre adolescentes aventureros y más ciclistas que no saben leer. ¡Creo que hace años no añoraba tanto pisar pavimento firme! Pero el verdor de los árboles, el viento fresco rozándome la cara, los cerezos florecidos que fueron buena onda y no me dieron alergia, las flores silvestres que regalaban sus colores a nuestra vista valieron la pena todo, todo el rato.

No me compro el cuento de la deportista urbana full motivada, o sea, ¡me conozco! Jajaja, pero de que quiero repetir la experiencia, quiero repetirla. Es muy fácil que la vida se pase en medio de una abulia comprensible, pero injustificable, cuando allá afuera hay una ciudad tan linda esperando que abramos los ojos.