La dinámica de siempre





Rutina 1: Arreglándose
Escuchar el despertador, dejar que suene por cinco, diez, veinte minutos. Caminar a la ducha en estado de zombie, tratar de resucitar bajo la lluvia de agua hirviendo, sin éxito. Salir de la casa con el pelo mojado, sin desayuno, sin siquiera un café, sin corrector de ojeras ni pestañas arribas ni brillo de labios. Llorar por dentro: otro día empieza, inevitable.


Rutina 2: ¿Micro, metro o taxi?
Faltan veinte minutos para las 9, o sea que de todas maneras es imposible llegar a las 9. La micro viene vacía, pero es lenta y hay que tomar 2. El metro es rápido pero viene lleno y al cambiar de línea, va aún más lleno. Casi siempre gana la micro, porque tiene asientos libres y la interacción con otros seres humanos es mucho menor. Y si hay más de un bolso de por medio -notebook, cartera, lonchera-, la opción es taxi. Una plegaria: Ojalá que el taxista no salga conversador.


Rutina 3: ¡Buen día!
Sí o sí, hay que cruzar Providencia para llegar a la oficina. Y parar en un Castaño para comprar alimento. Hecho el trámite, repartir "buenos días" entre los conserjes, el jefe, los compañeros de equipo, los de otros equipos, los odiados, los abominables. Suspirar, sonreír con una mueca mal ensayada, prender el notebook, mirar la bandeja de entrada y ver cómo el "buen día" se desvanece entre miles de pendientes nada buenos.


Rutina 4: Regreso a casa
Caminar, caminar, caminar; hablar, hablar, hablar; mirar, mirar, mirar; pensar, pensar, pensar; maldecir, maldecir, maldecir; recapitular, recapitular, recapitular. Una esperanza: quizás sea el último día, quizás mañana no despierte. Taxi, micro o metro y por fin en casa. Fuera cartera, fuera zapatos, hola pijama, hola comida, hola camita, hola insomnio.