Enrojecida



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Para gustos, los colores. Por eso habrá a quienes les gusta el rojo en los labios. Los hermanos Grimm ya lo inmortalizaron como ícono fetichista en la figura de Blancanieves, quien no sólo tenía los labios encendidos en este color de manera natural, sino que además casi muere tentada por una manzana venenosa, del mismo irresistible color. ¿O alguien cree que a Blancanieves le hubiera calentado una manzana verde o una naranja? 

Algo debe tener el rojo para que se le asocie al amor, la lujuria y las bajas pasiones, para ser el tono de las peores amenazas, de la sangre, de la herida abierta, del día que muere y el fuego que calcina. Quizás es la fuerza con que golpea a quien mira, a diferencia del discreto amarillo o el frío azul. 

Yo, tentada como soy, sucumbí: me moría por llevar los labios rojos. Creí que me iba a sentir más "sabinera", cual bataclana glamorosa que cruza las piernas y muestra las medias negras bajo una minifalda azul. Pero no: mis labios parecían una mancha de sangre sobre papel, y eso no es de cuento de hadas, ni sabinero ni nada. Una mezcla entre Morticia y el Huason. Mala idea, claramente fue una mala idea, pero echando a perder se aprende y ahora tengo un labial más para combinar y dar con el tono que me deje linda como una guinda, primorosa como una rosa, y sin nada que envidiarle a princesas desabridas.