Postal de invierno


La calle húmeda, grisácea, solitaria y llorosa de tanto invierno mal llevado. Pasos apresurados, transeúntes furtivos, gatos huérfanos bajo la lluvia intempestiva. Junio. Frío, equivocado, solitario, traidor, oscuro, helado, triste y eterno junio. Apoyo las sienes contra la ventana, los autos avanzan sigilosos por las avenidas que alcanzo a ver, las nubes rugen en un cielo indiferente, el viento hace temblar los cristales con inusitada furia, el agua empieza a formar charcos sobre el asfalto y a correr por la calzada, tímidamente. Sonrío. Espero. Lloro. Salgo. Los paraguas chocan sobre las cabezas de sus dueños. Casi todos caminan atolondradamente, esquivando las agresivas gotas, odiando mojarse bajo ese llanto urbano. Lentamente Santiago se va vaciando, va quedando abandonado, resignado a su suerte de domingo invernal. Un poco de agua se cuela en mis zapatos, humedece mis calcetines, mis pies se hielan, puedo imaginar cómo palidecen y descubro que soy la única que queda en esa desolada postal de invierno citadino.

* Ejercicio de enumeración