II
21 de septiembre y en efecto, Alfonso siente caer sobre sí el peso de la etapa más fuerte del año. Mientras toma el desayuno, organiza los libros y apuntes que debe llevar a la universidad. Pone las fotocopias e impresiones en una gruesa carpeta, bebe un largo sorbo de café, apaga el televisor y parte a la primera clase de la semana.
Atraviesa el frío pasillo que conecta la calle con el edificio de la facultad, mientras piensa en su última discusión con Mariela, la noche anterior. Cada vez son más frecuentes, más violentas, más hirientes y más fáciles de comenzar, como si los niveles de tolerancia de ambos estuvieran decreciendo abismalmente. Pero no era el mejor momento para poner un corte a esa relación. ¿Y acaso quería hacerlo? Llevaba dos años con ella, uno viviendo juntos, y si bien nunca estuvo enamorado, la quería entrañablemente y sintió que ella podía ser la compañera y complemento ideal.
Estaba sumido en esas cavilaciones cuando una voz conocida lo hizo reaccionar. Era Gustavo, el tipo que le había pedido ayuda para trabajar en su tesis. Se había olvidado por completo del asunto y tuvo una leve sensación de vértigo. ¿Su primer dirigido de tesis? Quizás. Si bien a sus 42 años Alfonso era joven comparado con la media de sus colegas, se sentía preparado y ansioso por enfrentar este desafío.
-¿Cómo estuvo tu 18?
-Buenísimo, profe, gracias, ¿usted cómo lo pasó?
-Muy bien también. Cuéntame, ¿diste con tu tema de tesis?
-Sí, ¿cuándo podemos hablarlo?
Alfonso le respondió que ese día sus clases terminaban a las 15:00 y que a partir de esa hora podía recibirlo en su oficina. Gustavo dio las gracias con una sonrisa cortés y partió en dirección contraria. Mientras tanto, el profesor trató de imaginar con qué tema lo sorprendería este estudiante intempestivo, pero fuera cual fuera, decidió que sólo lo aceptaría si podía ser un aporte para la investigación que él mismo pretendía iniciar. No tenía tiempo para desperdiciarlo.
-“El rol de la mujer en la resistencia a la dictadura pinochetista”. ¿Qué le parece?
Alfonso tuvo que contenerse para disimular su entusiasmo. Él estaba decidido a investigar una supuesta red de espionaje femenino infiltrada en las altas esferas de la época e intuyó que el tema de Gustavo le restaría bastante trabajo.
-Es un buen tema, muy poco tratado. Me parece una excelente idea –le dijo al tiempo que le ofrecía un cigarro-.
Con un enérgico apretón de manos, Gustavo se convirtió en el primer tesista del profesor Alfonso Rodríguez.