I
Todo es algarabía en el espacioso y antiguo patio de la universidad. Los árboles añosos están engalanados con cintas tricolor, en cada muralla blanquizca destacan escarapelas y de fondo suena música folclórica, mientras variopintos grupos estudiantiles comparten vinos, cervezas, empanadas, choripanes y celebran a quienes se atreven a salir a bailar.
Alfonso está junto a un pequeño grupo de alumnos de cuarto año. Alto, guapo, su aspecto es mejor incluso que el de sus alumnos, a pesar de llevarles casi 20 años. Todos hablan animadamente de sus planes para los días festivos y de cómo esperan festejar las Fiestas Patrias. Todos, menos el profesor, que escucha sin demasiada atención a sus discípulos mientras bebe vino desde un vaso plástico y transparente.
Tímidamente, un estudiante de quinto año se acerca a Alfonso y le pide un momento para hablar. Le pregunta si lo recuerda del curso que tomó con él cuatro semestres atrás. El profesor no recuerda nada, pero le pregunta en qué puede ayudarlo.
-Tengo que empezar a trabajar en mi proyecto de tesis, pero no doy con un tema que me apasione. Recuerdo que en el curso con usted hablamos de los distintos roles de la mujer durante la dictadura y hay un aspecto de ese tema que quizás pueda desarrollar.
Siempre es lo mismo. Una vez que terminan las celebraciones de Fiestas Patrias, la última parte del año parece caer con fuerza sobre los hombros de Alfonso. Tiene que cerrar el año escolar para unos 10 cursos, de las dos universidades donde trabaja, y avanzar en el ambicioso proyecto que tiene en mente y que espera que se convierta en el trabajo histórico más importante del Bicentenario. Quizás la ayuda de este estudiante casi desconocido le vendría como anillo al dedo.
-Bien, ¿y en qué te puedo ayudar?
-Quiero que usted sea mi profesor guía. Espero encontrar inspiración en estos días libres y llegar con el tema definido.
-Bueno, entonces hablémoslo a vuelta del feriado.
Alfonso observa alejarse al enigmático alumno. Intenta recordarlo, pero no. Han pasado demasiados estudiantes, demasiadas aulas, demasiados temas desde que inició su carrera docente cuando aún cursaba sus estudios, como profesor ayudante. Se consideraba un enamorado de su trabajo, un obsesivo en la constante búsqueda de la perfección y el reconocimiento. Muchas veces, en momentos de introspección se preguntó a sí mismo qué sería de su vida si no tuviera esa motivación, si hubiera sido un funcionario de cuello y corbata con un trabajo de nueve de la mañana a seis de la tarde, para mantener una casa, un auto y pagar ciertos caprichos esporádicos. No, esa vida autómata no era para él, sabía que iba a trabajar por décadas más en sus clases, en sus proyectos de investigación y grupos de debate, sin horarios de oficina, sin ropa formal pero con un compromiso grabado a sangre y fuego.
En eso pensaba cuando llegó a casa, casi sin darse cuenta. Cuando abrió a la puerta, Mariela se estaba pintando las uñas.
-¿Por qué te demoraste tanto?
-Porque me quedé en la celebración de la U, te lo comenté.
- Pero tendríamos que estar en el asado de Carola desde hace una hora.
-No pasa nada, ¡relájate! Se viene el 18, el 90% de los chilenos se olvida de los horarios. Vámonos.