En una galería cuya entrada principal da a la calle Corrientes, convergen cafés, bares y salas de teatro y cine, rodeados de plantas y una especie de escalera de caracol muy ancha y al aire libre. Una de las salas se llama Pablo Neruda; otra, Pablo Picasso y un mini complejo recibe el nombre de “Salas Julio Cortázar”. Claro, ese Julio que tanto queremos ahí juega de local.
Salir de Aeroparque ya es una experiencia. Un aeropuerto tan mezclado con la ciudad, y frente al mar resulta, por lo menos, curioso. Dato útil: el bonaerense no respeta los pasos peatonales. Cuando casi me atropellan, caí en cuenta de que no estaba en mi Santiago querido, pero bueno, son detalles :P
Caminar cerca de 5 horas es totalmente insuficiente para conocer una ciudad tan grande como Buenos Aires. Pero después de recorrer Palermo, viene bien una ayudadita del Subte B, que en pocos minutos te pone a pasos de la catedral estilo griego, la casa de gobierno, la Plaza de Mayo, el Obelisco y otros edificios y dependencias propias de un centro cívico permite formarse una mejor impresión para un visitante relámpago. De ahí en adelante, lo mejor es caminar, caminar, caminar…
Corrientes fue la avenida elegida, pero para acceder a ella hubo que cruzar un símil del Paseo Ahumada, cuyo nombre no recuerdo. Pero mientras una noche de lunes en Santiago es poco lo que hay que hacer, al otro lado de la cordillera la enorme ciudad ni tiene intenciones de dormirse. Es que la capital argentina es una chica mala y bohemia, ante la cual el ciudadano promedio no se rinde fácilmente.
Libros en los kioscos, gente circulando como si fueran las dos de la tarde, un par de tiendas de música y libros abiertas y un café o pizzería cada dos pasos marcan la tónica de esta avenida. Sin obviar, por supuesto, los teatros. Estar frente al Gran Rex y escuchar a Sabina cantando “Dieguitos y Mafaldas” fue una sola cosa espontánea en mi cabeza. No sé cuántas cuadras hay que caminar en Santiago para ir de un teatro a otro, ni cuan factible es comprar libros baratos a cada cuadra, pero allá, en una calle, hay teatros y libros para todos los gustos. No es de sorprender, entonces, que los argentinos sean tan despiertos, críticos y no se dejen embaucar así como así.
El remate fue en un enorme restaurante con una pizza a base de mozzarella, un aderezo endiabladamente sabroso con aceite de oliva y aceitunas verdes, acompañada de una cerveza bien fría. Reponedor y deleitante a partes iguales.
El bueno de Sabina dice que México lo atormenta y Buenos Aires lo mata. Yo todavía no conozco México, sé que al final del día siempre me quedo en Santiago, pero después de Buenos Aires puedo decir con propiedad que me atormenta no poder volver pronto. Y recalco el “pronto”, porque es un hecho que volveré algún día, para morirme –o que me mate- tranquila.
PD: Esto fue el relato apresurado de mi estadía en Baires… ¡Espero que salga el poema!