Otro relato para sonrojar



Cuadro de Martínez (www.juanmart.com)

Me tomo este momento para regalárselo, para que repita aquellos tiempos, otros tiempos, en que él se detenía largas horas sin más ocupación que complacerme. Con los ojos muy cerrados, imito el movimiento de sus manos, el roce sutil de las yemas de sus dedos sobre mi rostro, el fascinante cosquilleo que producía al recorrer rápidamente mis mejillas y labios temblorosos, justo antes de que cortara el aire con un beso clandestino. La punta de su lengua era escurridiza e irreverente: en cosa de segundos, su saliva era lo único que quedaba, bordeándome la boca, antes de que descendiera buscando el epicentro del placer.

Totalmente seducida por el ritmo incesante de su deseo, no respiro ni un átomo de frescura en la  densa atmósfera de sudores febriles y jadeos interminables. Todo en mí es ansiedad, avidez de avanzar por cada centímetro y cada recodo de su cuerpo fuerte y vigoroso, empapado de sal, pegándose con fuerza a mi piel y humedeciéndola desde la médula hasta la superficie. Enloquecida, bebo directamente de su sexo el sabor de la lujuria, que queda registrado en un lugar preferencial de mi archivo de sensaciones.

El arrebato de pasión se prolonga cuando, torpemente, intenta deshacerse de los botones que cierran mi vestido. Esa lucha desesperada por la aparición de mi piel blanca y descubierta me excita, de modo que no presto ayuda para retardar sus intentos de despojarme de mi atuendo. Cuando finalmente lo logra, el vestido se desvanece y percibo como la ropa interior incendia su imaginación. Impetuosamente me afirma los hombros, me empuja hacia la cama y se abalanza sobre mí. No me toca: Como si se tratara de una visión divina, contempla extasiado mi cuerpo desnudo, mi pelo con algunos rizos desordenados que casi cubren los pezones, mi pecho agitado por el anhelo de tenerlo dentro, de abrirse para derramar el gozo, para inundarse de la fuerza de su desenfreno.

Decido hacer contacto acariciando sus pies con los míos. Él responde llevando su boca hasta mí, regalándome el frenético recorrido de su lengua, sus labios, sus dientes; por mis pechos que despiertan y se yerguen al sentir la bendita humedad de su saliva en mis pezones. Sin parar de chuparlos y morderlos, porque sabe que me vuelve completamente loca, lleva sus manos hasta mis caderas: Aprieta, acaricia, pellizca, presiona y sin que me dé cuenta, cambia sus manos de lugar. Ahora manosea mis pechos implacablemente, mientras con su lengua explora el camino hacia el máximo deleite. Cuando creo que muero de placer, lo siento entrar con fuerza y moverse decidido, impaciente, desafiante. Finalmente caemos, rendidos. Un vientecillo tímido se cuela por la ventana. Afuera, en la noche, explotan las estrellas que se constelaban en mi sangre.