De pocas, pocas cosas podría presumir:
Una de ellas es de casi haber muerto
Así, tal como suena, literal,
Nos dimos la mano, civilizadamente,
La muerte y yo
En un encuentro bastante educado
De mujer a mujer y cara a cara
Puse mi vida en sus manos totales
Como una niña entregada a su madre
Sin recordar mirar la luna por última vez
Sentir la noche
O respirar el frío de la madrugada sobre la piel.
Abandonándome
A su gobierno de silencio y vacío
Dama reservada, anciana sigilosa
Que acarició mi pelo, besó mis cicatrices y calmó mi dolor
Con más dolor, nuevo dolor
Que tomó forma de sangre y color de noche
Un diciembre nefasto
Cuando ella, amablemente, indicaba una salida
Con su dedo definitorio
Una vía de escape clausurada
A sólo unos pocos delirios y una decisión rápida
Un ejercicio de seducción altamente efectivo
Donde perdí el respeto al vocablo “morir”.
Por intrincadas conspiraciones
Salí con vida
De ese roce brutal, de ese coqueteo adictivo
Viva y de pie, más despierta que antes
Para repetir el aprendizaje de cosas básicas que se quebraron:
Reír, amar o desconfiar.
Sé que no escapé, no presumo de eso
Porque ante ella no hay escapatoria
Por eso cada día
Recordar mirar la luna,
Inventar las nubes
Aspirar bocanadas de noche y sentir su frío en la piel
Se han hecho necesidades obligatorias.
Así, cuando la calva pose su huesuda mano sobre mi cabeza
Ya no por un encargo personal
No me despojará de la vida que palpé.