Se espera que la lluvia pase. Eso dice el pronóstico; pero cada vez se equivoca más. Sigue lloviendo torrencialmente y Alicia aún no puede regresar a casa. Tiene miedo de que se haga tarde, es peligroso andar sola en medio de la oscuridad. Poco a poco, comienza a recordar aquella noche cuando, a raíz de un temporal de viento y lluvia el auto de su esposo se volcó, dejando al descubierto una antigua relación paralela. Engañada y viuda en un abrir y cerrar de ojos, por culpa de ese brusco invierno.
Fue hasta la máquina de café, eligió un chocolate caliente, lo sostuvo entre sus manos para exorcizar el frío y no pudo contener una lágrima. Afuera seguía lloviendo y no había nadie en casa para contenerla. Regresó a su puesto de trabajo, encendió la calefacción y una brisa cálida le meció el cabello. Casi sin quererlo, vino a su mente esa funesta noche en la clínica, cuando Felipe, en estado gravísimo, le pidió perdón. Ella no respondió. Minutos después los ojos del hombre se congelaron. La amante había sobrevivido pero Alicia no fue capaz de pedir detalles ni explicaciones. Abandonó su historia con él en ese minuto.
Se espera que la lluvia pase, pero ella no puede esperar más. Llama a un radiotaxi, apaga el computador, parte a casa. Apoya la cabeza y siente la frescura del cristal. El taxista murmura un “buenas noches”, la mira con una mirada gélida y la lleva a casa sin preguntarle antes su destino. En medio de la lluvia, Alicia queda sola, perpleja, helada y confundida.