Se espera que la lluvia pase (II)


Se espera que la lluvia pase. Ya casi es medianoche y las gotas no dejan de cabalgar sobre el tejado de la casa de Alicia. Tras quitarse los zapatos y prepararse para ir a su habitación, escucha el timbre sonar. Extrañada, la mujer vuelve sobre sus pasos y una corazonada le dice que no abra la puerta, que  quien quiera que sea puede esperar, que el día ya le ha exigido demasiado como para seguir molestándola. Pero Alicia no es nada intuitiva, no sabe interpretar las señales de su corazón y tiende a hacer exactamente lo contrario de lo que este, se supone, le dice. Así que abre la puerta y saluda al taxista, que debajo de un paraguas negro, la mira con seguridad, como si se tratara de una cita largamente programada.

El hombre entra en la sala, se sienta en el viejo sillón azulino y le ofrece un cigarro. Alicia no entiende nada, pero lo acepta y enciende los dos cigarrillos mientra busca una palabra para quebrar el incómodo silencio.

-Menos mal que sólo serían chubascos. Nunca pensé que la lluvia iba a ser tan fuerte. ¡No ha parado en todo el día!
-Cierto, como el día en que murió Felipe. La noche en realidad. Pero ese día no paró de llover, ¿te acuerdas, Alicia?
-¿Felipe?, ¿qué sabes de Felipe?
-¿O sea, en serio no te acuerdas? Cuando subiste al taxi sin siquiera saludar pensé que sólo era una desafortunada coincidencia, pero como tú misma decías, las coincidencias no existen. Nunca pensé que pudieras borrar a Felipe de esa manera.

Entonces lo reconoció. El hermano menor de su ex marido, el mismo que apenas alcanzaba la pubertad cuando ellos se casaron. Cómo pasa el tiempo. Se preguntó qué tan vieja la habría encontrado, cómo es que había sido capaz de reconocerla si ella sentía haber cambiado tanto y sintió rabia ante aquellas preguntas que la enjuiciaban, como reprochándole no haber sido una triste viuda que lleva flores cada semana a la tumba de su esposo.

-Fernando… No sé muy bien que decirte, porque ni siquiera me hubiera planteado una escena como esta. Pero hace muchos, muchos años que Felipe dejó de formar parte de mi vida, de mis asuntos. El murió minutos antes para mí, cuando evidenció su engaño. Y todo lo relacionado con él perdió sus vínculos conmigo. Y eso te incluye, no importa cuantos años hayan pasado. Ni cuán parecido a él te hayan vuelto estos.

Entonces el ex cuñado se puso de pie, se acercó a Alicia y la besó repentinamente, apasionadamente, con una voracidad y una vehemencia que ella casi no recordaba. Cerró los ojos, escuchó llover y se entregó a las caricias de este desconocido que había tocado su puerta. Mientras daba rienda suelta a los deseos tan largamente contenidos, sobre el viejo sillón, de pronto el contacto de un objeto frío en el pecho le cortó la respiración.

-No existen las coincidencias. Si te encontré, tenía que limpiar la memoria de mi hermano. Sí, te traicionó. Como tú ahora a él, a su memoria, ¿verdad Alicia?, ¿todavía esperas que la lluvia pase? Pues igual que Felipe, no verás el cielo despejarse y la muerte te encontrará sola.

El cuchillo se enterró dos, tres, cinco, diez veces en el pecho de Alicia, víctima de una añeja, extraña y obsesiva venganza. Medio desnuda, sola y ensangrentada, la mujer agonizó pensando en aquella mirada que había venido desde un tormentoso pasado para cobrar venganza de su abandono. Cuando Alicia cerró los ojos, afuera la lluvia cesó.