Editando pasiones



No tengo en la cabeza el momento exacto en que todo partió. No recuerdo qué personaje, ni dónde, lanzó la primera piedra. Ni como después de eso se hizo imposible poner puntos, ni seguidos, ni aparte. Tras cada encuentro casual, improvisado, estaba el tácito acuerdo de terminar uno en brazos del otro, de recorrer, letra a letra y centímetro a centímetro, el alfabeto del cuerpo anhelante del otro.

Me gustaba la primera línea, que partía en tus labios y escribía una frase mal redactada alrededor de tu cuello. Los puntos suspensivos en tus orejas, la i de tu nariz, la u de tu mentón. Me gustaba intentar acrósticos breves entre tu garganta y tu pecho, con la m de mordisco, la i de invasión, la o de obsesión. Me gustaba recitar el poema que escribí entre tu pecho y tu vientre, el mismo que interrumpías con una sentencia lírica, zambulléndote en mí, hundiendo tu virilidad en mi borrador, el que cambiabas una y otra vez con nuevas palabras, prosas y versos.

Ahora reescribo esos auténticos duelos de sonetos, donde la pasión y la mentira se conjugaban mejor que cualquier verbo regular para dar con la sintaxis perfecta entre tú y yo. Quizás algún día encontremos una hoja en blanco perfecta, sin huellas de otras historias, donde este cuento pueda encontrar un buen narrador y un final que no sea tan inesperado.