Recordando deseos
Las conversaciones con mi profesora y compañeras de taller inspiran cosas raras, inusuales. Recuerdo cuando conocí el taller y pensé "lo de literatura erótica obvio que no me interesa..." Bueno, acá estoy, como la compañera que odiaba la poesía pero es una poetisa excelente... ¡Lo importante es no parar de escribir!
Siento el ardiente calor de diciembre posarse sobre mi piel. Siento en la noche liviana, el eco de un deseo furtivo y contenido. Emerge de mis entrañas. En medio de la oscuridad y sumida en húmedos recuerdos, evoco tu mirada profunda y penetrante, invento tus caricias, recreo tus gemidos y reinvento tus jadeos, mientras cada centímetro de mi cuerpo se pone en alerta, como esperando un sorpresivo ataque.
Es tan fácil cerrar los ojos y traer a este presente el apasionado fragor de tus manos ansiosas, tu lengua delirante, tus labios hambrientos recorriendo palmo a palmo, extremo a extremo, mi rostro, mi cuello fino y delicado, mis orejas, bajando por mis hombros, mordiendo, apretando, lamiendo caprichosamente, buscando por dónde retomar el camino de la sublime excitación que nos posee ciegamente, locamente. Con más torpeza que delicadeza –¡como me gusta ese movimiento!- desabrochas uno, dos o tres botones de mi blusa preferida, mientras tus manos bucean entre mis pechos, mi espalda y mis pezones, explorando una vez más un territorio que, por más que lo niegues, no te pertenece.
Sin dejar de gemir, pellizcas mis pezones con una timidez que no termino de entender; o sí, sí entiendo, esperas que te pida que no te detengas, que, a gritos, exija tu saliva, tu sudor salino fundiéndose con la humedad que mantiene mi pecho al borde de la explosión.
Con los ojos cerrados y la mente perdida varios meses atrás, te sigo recordando en aquellos encuentros inesperados, medios clandestinos y tan anhelados. Sé que en este momento el sólo roce de tus dedos en mis caderas, de tu lengua en mis pezones, de tu mano entre mis piernas haría que me perdiera en un orgásmico laberinto. Sin embargo no estás y tu lejanía no es razón suficiente para pedirle a mis sentidos una lastimosa abstinencia de deseo, delirio y pasión. Desbordando recuerdos, me las arreglo para traerte hasta mi cama y jugar con el registro de nuestras sensaciones, casi sintiéndote en mí, como si las ausencias no hicieran otra cosa que renovar los votos de nuestro placer.